Shock cerró: ¿Qué nos dice esto sobre la ‘eterna crisis del periodismo musical’?
Un híbrido de análisis y reportería a cuatro manos para hacernos preguntas pertinentes sobre el súbito cierre de Shock, el medio que cubrió cultura música y cultura desde 1995 hasta la semana pasada.
Para esta nueva #UtopíaBailable decidí juntar esfuerzos con Teoría Pop, el Substack de Fabián Páez López, quien hasta la semana pasada era el editor de Shock, que luego de cubrir cultura y música por casi 30 años, cerró la semana pasada. Decidimos hacer este análisis a cuatro manos para que Fabián cuente de primera mano sobre el cierre, complementar nuestros análisis y unir fuerzas de reportería. Nos pareció importante ir más allá de la queja constante por la crisis del periodismo cultural, y tratar de concebir un panorama más amplio, y más crítico, de esta crisis extendida.
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La semana pasada recibimos en Shock la noticia de su cierre definitivo. La citación a una reunión virtual llegó a nuestros correos corporativos en pleno ajetreo de lunes a mediodía. En la llamada, que no duró más de cinco minutos, nos avisaron que la Vicepresidencia digital de Caracol Televisión, la empresa de la familia Santo Domingo a la que pertenecía el medio, había decidido “terminar la operación de la marca”.
Shock, medio del que hice parte desde 2014, primero como practicante, después como periodista y desde 2020 como editor, se fundó en 1995 y su enfoque, aunque tuvo varias etapas, siempre se centró en la música. Su final abrupto dejó sin contrato a un equipo de cinco periodistas de planta y alrededor de 20 colaboradores, entre escritores, creadores de contenido, fotógrafas y realizadores.
El motivo de la decisión no termina de entenderse. Sobre todo al revisar números y hacer un recuento de los proyectos que estaban andando, incluidas pautas comerciales. Durante los años que trabajé en Shock, la marca redujo su gasto casi a la mitad, y reportó cifras verdes en 2022 y 2023. Y aunque este no venía siendo el mejor año, los proyectos auguraban al menos su sostenimiento.
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La experiencia que relata Fabián ‘Chaka’ Paez, el ahora ex editor de Shock, evoca los cierres súbitos, e injustos, que han vivido varios medios culturales en el país. Y marca otro fondo en la llamada ‘crisis del periodismo musical’ que llevamos arrastrando desde hace más tiempo del que quisiéramos reconocer. A pesar de las críticas que muchxs hacíamos sobre los contenidos de Shock, su cierre hace más definitivo el declive de los medios digitales que cubren música y reaviva la pregunta que llevamos años haciéndonos: ¿Hay alguna salida ante esta crisis eterna?
Sin embargo, mientras terminamos de entender el porqué del cierre de Shock, posiblemente impulsado por el desinterés de la administración y su obsesión con las métricas de tráfico, esta coyuntura nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre esa llamada crisis. Porque después de tantos años de no tocar fondo, es válido pensar que quizá no estamos ante una crisis, sino ante el síntoma de un cambio más grande y profundo, relacionado con las formas en las que accedemos y consumimos música, información y conocimiento.
Tal vez así, cuestionando la narrativa de la crisis, podamos empezar a hacernos preguntas más sistémicas que nos movilicen de la parálisis y empezar a pensar qué podemos hacer, o cómo podemos transformar nuestro rol como periodistas ante este cambio de paradigma.
¿Qué nos dice este nuevo cierre?
“¿Desde dónde debemos enunciarnos entonces?” Se pregunta Astrid Ávila, editora y periodista cultural desde hace varios años, con amplia experiencia en los medios públicos. “Tristísimo que el conglomerado del Grupo Santo Domingo no sea capaz de sostener y hacer rentable el único medio masivo prácticamente dedicado a la música y a la cultura pop”. Astrid recuerda que así pasó con el grupo Gilinski, dueños de la revista Semana, y la zombificación de Revista Arcadia, una de las primeras víctimas de los cambios absurdos del imperio económico en el medio.
Yo sumaría a esa lista el caso del conglomerado VICE (en donde trabajé por casi seis años con todas las precariedades que ya muchos conocen) y el cierre de Noisey y THUMP, sus medios musicales. Y si nos vamos a lo más global, podríamos mencionar la absorción de Pitchfork por QG a inicios de este año, o los despidos masivos de Bandcamp luego de su compra por parte de la plataforma Songtradr. Asimismo, el año pasado Paper Magazine despidió a todo su personal, y Buzzfeed redujó su planta de periodistas un 16% y vendió una parte mayoritaria de Complex Networks por casi una tercera parte (108 millones de dólares) del valor original (300 millones de dólares).
Estos ejemplos no solo nos hablan de la pérdida de espacios laborales y de la relación prescindible de los medios privados con el periodismo cultural, ponible y quitable según el antojo de la empresa dueña, sino también de que hacer periodismo que cubra cultura no está siendo rentable para muchos medios, o la forma de su distribución está entrando en desuso, ante otras formas de consumir contenido.
Sin embargo, en el caso de Caracol Televisión es diferente. El gigante de la familia Santo Domingo tuvo ingresos por 969.494 millones de pesos el año pasado, utilidades por $50.122 millones y lideró el listado de medios con mejores ganancias. Asimismo, como cuenta Fabián, Shock alcanzó un punto de equilibrio entre ingresos y gastos en años anteriores. “¿Si un conglomerado de medios tiene el que es, posiblemente, el medio más antiguo o de mayor trayectoria que (...) quedaba hoy en Colombia en cuanto al periodismo musical y la promoción musical, por qué acabarlo?”, se pregunta por su lado Chucky García, periodista musical desde hace 30 años, entre otras labores, y colaborador regular en Shock, El Espectador, El Tiempo y Rolling Stone, a quien también le tomó por sorpresa el cierre.
“Yo siento que vivimos con esta idea de que los proyectos siempre están muriendo y eso es muy triste”, se lamenta Astrid sobre el panorama de este oficio. Aunque es consciente que no siempre fue así, y que antes de la aridez hubo épocas fecundas de proyectos grandes proponiendo enfoques interesantes, y proyectos independientes que se echaron al hombro el registro de las escenas musicales indies: Cartel Urbano, El Parlante Amarillo, Escena Indie o Metrónomo, entre otros. Pero la finitud de estos proyectos, de los más grandes y los más pequeños, ya nos hablaba del declive que se venía. “Ese momento también me dejó la sensación de que acá todo está resistiendo y todo se está acabando también”.
Astrid coincide con nosotrxs en que esta discusión sobre la llamada crisis lleva años sin resolverse. “Es algo que sigue ahí en el aire y que no hemos tomado tal vez como sector (tanto comunidad cultural como periodistas culturales). Simplemente aceptamos que hoy cerró Arcadia, mañana cierra Shock… entonces que todo bien, sigan cerrando y nosotros seguimos acá con lo que podemos, intentándolo con nuestro canal de TikTok. Pero no hay una apuesta colectiva, ese es el gran problema”. Para ella la comunidad cultural va por un lado y lxs periodistas culturales van por otro, sin terminar conectar. “Ahora también es más individual, las iniciativas son de una persona: su canal, o su podcast… no creo que eso esté mal, pero sí refleja esa falta de cohesión y de colectivización de estas prácticas”.
¿La crisis del periodismo cultural es un síntoma de algo más grande?
Fabián opina que el punto neurálgico de la crisis no radica ni en el cierre de los medios, ni en el periodismo musical como ejercicio que no es rentable (ya vemos que ni siquiera ser sostenible es garantía de que un medio perdure). Tampoco radica en la creación de contenido digital como alternativa a la escasez de periodismo musical y nos explica mejor.
La crisis real está en las posibilidades de monetización del conocimiento. En la economía cognitiva, o de la atención, lxs periodistas hacemos parte de una nueva clase trabajadora, que el académico canadiense Nick Srnicek llama cognitariado. Se caracteriza porque el producto de su trabajo es inmaterial: contenido cultural, conocimiento, servicios o afectos.
A esa clase trabajadora también pertenecen los creadores de contenido que, ante el declive del periodismo cultural en el país, se han convertido en los nuevos distribuidores de ese contenido en los últimos años, como mencionó Astrid. Blogs de Youtube, cuentas de Instagram y de TikTok que intentan registrar las escenas culturales independientes a partir de la creación de contenido nativo digital. Sin embargo, a pesar de los seguidores y las vistas, estas iniciativas siguen siendo ‘por amor al arte’ y, en su gran mayoría, no han logrado un retorno económico que les permita hablar de sostenimiento. Tampoco cuentan con el andamiaje básico que les permita llamarse proyectos periodísticos: una redacción, un/a editor/a, un factchecking, un consejo de redacción, entre muchas otras cosas necesarias para lograr productos periodísticos de calidad.
Sin embargo, algo nos une a lxs creadores de contenido sobre cultura y a lxs periodistas culturales de esta generación: ambxs trabajamos para plataformas que viven de nuestras interacciones y nos empujan a expresarnos y a mostrarnos al mundo digital. A veces sin tener que decir. A veces diciendo mucho a cambio de nada. Y a veces diciendo nada a cambio de una promesa de visibilidad. En ambos casos, periodistas y creadores hemos trabajado gratis para esas plataformas y sus algoritmos, creyendo que estamos reclamando nuestro derecho a expresarnos, o manifestando nuestra identidad en línea.
Es por eso que esa llamada ‘crisis’ del periodismo cultural, es más bien el reflejo de una transformación profunda en las formas en las que circula la información en internet. Un cambio que ha cuestionado las raíces del negocio de los medios y su relevancia cultural, que ahora no pueden concebirse sin su presencia en las plataformas de redes sociales. Y estas cambiaron las reglas del juego, borrando la necesidad de un mediador entre las audiencias y el acceso a la información. Esto ha hecho que, de paso, se borren los límites de lo que ahora consideramos trabajo y lo que no. ¿Qué es un guión hecho por una redacción y qué es un reel de un influencer ‘alzando’ su voz?
Estas líneas desdibujadas, para bien o para mal, nos obligan a superar el rol del periodista digital como proveedor de información apenas noticiosa, y convertirnos en algo más, que responda al contexto actual. Particularmente, “en el periodismo musical hubo un cambio profundo que tuvo que ver con el paso del consumo de música en formatos físicos al consumo de música en Internet o a través de plataformas digitales”, añade Chucky García a esta reflexión.
Por eso es importante que, antes de que sigamos concibiendo a los medios digitales como lugares que nos van a dar trabajo, o antes de preguntarnos quién va a ser nuestro próximo empleador en medio de esta llamada crisis, es esencial preguntarnos ¿cómo pensar nuestra utilidad en ese panorama económico global que nos plantea el algoritmo? ¿Cómo el periodismo cultural puede generar productos rentables e ideas que construyan comunidades digitales reales, más allá de las tendencias y seguidores?
Y entonces… ¿Qué hacer?
“Seguimos estando interesados por las historias que hay detrás de la música y eso es lo que a mí me permite sentir que el periodismo musical no ha muerto”, asegura Chucky, que luego de 30 años de hacer periodismo musical publicó su primer libro ‘Master of Puppets’, sobre el impacto de la música de Metallica en el mundo y en Colombia. “Alguien tiene que contar esas historias, porque sí, las redes sociales muchas veces nos sirven para compartirlas, pero no necesariamente están haciendo el trabajo de redactarlas”.
Astrid tiene la cabeza llena de posibilidades que nos pueden movilizar de esta parálisis, comenzando por reaccionar ante los cierres: “¿Cómo castigamos al grupo económico, cómo no somos completamente pasivos ante eso?”. Junto a la indignación, propone apoyar iniciativas ya existentes en el periodismo universitario o académico, que alimentan esa curiosidad que ella da por muerta en otros espacios quizá más rentables.
Nosotros, por nuestro lado, proponemos dejar de pensar desde la narrativa de la crisis, e intentar actuar desde un enfoque de lectura aguda y adaptación. Si queremos que el periodismo musical permanezca, antes que nada, debemos superar los viejos resabios del periodismo: la pelea entre información y entretenimiento; el “cubrimiento” noticioso o divulgativo con pretensión de objetividad, y el esnobismo proscriptivo que parece querer “curar” el mal gusto o la ‘mala conciencia’ en el consumo de otros.
Si Fabián tuviera que apostar por un futuro promisorio para un medio, se basaría en el contenido de autores, apuntar a comunidades específicas y pensarse como un producto atemporal y especializado. Yo, por mi parte, sumaría a esto volver a recordar el rol conector, activador y de registro histórico que tiene el periodismo musical dentro de los ecosistemas culturales, algo que se ha perdido casi por completo en los últimos años.
Y sobre todas las cosas Astrid recomienda: “No perder el entusiasmo. La única alternativa es seguir creando redes de colaboración entre quienes consideramos que esto es importante y no dejarnos aplastar. No dejar que esta idea de la crisis perpetua sin solución nos quite las ganas de hacer eso. (...) Por más crisis que haya, (...) siempre hay publicaciones que sacan la cara, ¿no? Y siempre pasa algo. Siempre está pasando algo en el fondo, que le está diciendo a uno que esto es importante”.
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Nota: Hoy no hubo ‘Para quemar’, la sección de recomendados que apenas estaba empecé en el anterior newsletter. La verdad me dediqué enteramente al texto en los últimos días y quería que mis lectores se enfocaran netamente en leerlo. Les prometo un ‘Para quemar’ recargado en el próximo newsletter.
El cierre de Shock me deja pensando en que es muy triste lo que pasa con el periodismo cultural y creo que, en general, con todo el periodismo. Como estudiante que sueña con hablar de música y narrar la cultura es un panorama muy desalentador que cierren los medios que nos podían dar trabajo en un futuro. Solo queda seguir metiéndole ganas y sensibilidad. A veces siento que ahora solo los estudiantes de periodismo leemos periodismo, así como solo los estudiantes de antropología o de psicología leen los papers de sus carreras. Nos debemos a nosotros y a los otros que las historias sean masivas, que nos podamos reconocer en el otro como ejercicio empático, democrático y de entretenimiento. También como motor social. La crisis no es del oficio, es de la sociedad que no quiere o no sabe cómo ver más allá del individuo y hay que ganarle el pulso a esa tendencia, sea desde la empresa tradicional o desde lo autogestionado. Nos tenemos que ganar un lugar como comunidad. Siempre estaré dispuesto a aportar desde el aprendizaje, desde las ganas y desde el reconocimiento de que no todo lo bonito es productivo y no todo lo productivo es bonito.
Hola. Primero lamento mucho lo sucedido y los acompaño de corazón. Me quedó con una parte del artículo en el que mencionas sobre una crisis de los medios que lleva años sin resolverse, y para mí, ese es el punto neurálgico. No es una crisis sólo del periodismo cultural, es una crisis en todos los formatos tradicionales que luego de la pandemia se aceleró, que incluso las grandes conglomerados económicos ya no son capaces de resistir.
Hay que atacar la causa de esa crisis, porqué si hay una causa, y no son los contenidos. Creo que estamos en la generación dónde hay una sobreproducción de contenidos en todos los géneros y formatos posibles, y como toda economía de mercado, aquí aplica la ley de oferta y demanda.
Y es que en este escenario, si hay unos que se están quedando con toda la monetización de los contenidos digitales que hoy se producen, y que están disfrazados de ovejas, cuando por debajo son los lobos que se están quedando con todo el dinero de publicidad y no lo comparten ya ni a los grandes medios.
Estos lobos se podría resumir en el duopolio más grande del mundo que concentran la mayor cantidad de usuarios en sus plataformas. Meta y Google.
Son estas 2 grandes multinacionales las que se están quedando con todo el dinero de la industria publicitaria que sostenía a los medios de comunicación, y hasta hace poco compartían parte de las cuantiosas ganancias que recogían, pero del último año han cortado esos ingresos, lo que tiene afectado a los grandes medios.
Lo más complicado es que pocos se atreven a enfrentar a estos grandes gigantes y prefieren ocultar debajo del tapete, una realidad que los va terminar ahogando al no poder soportar económicamente las perdidas.
Y si, cómo toda crisis, hay una solución, solución en la que los medios en Australia y varios países de la Unión Europea llevan trabajando. Y es enfrentar jurídicamente y por la vía de nuevas leyes a estos 2 grande gigantes que se apropian de los contenidos sin compensar con lo que en realidad están ganando por ellos.
Ya existe legislación en varios países al respecto que se podría tratar de impulsar para el caso de Colombia. Lo que ocurre es que como siempre ocurre aquí llegamos tarde, y lo más complicado, en este momento todos los medios están luchando por defender el pedacito de salvavidas que les queda, en vez de unirse todos para empezar a enfrentar a los que hoy cree que son sus aliados como Facebook, Instagram y Google, cuando en realidad son quienes se están quedando con las ganancias de sus contenidos.
Ya llegará el momento, en que algún valiente o grupo de valientes, despierte y se anime a dar esta batalla. Esperemos que cuándo esto ocurra, no sea demasiado tarde.